EL LADO OSCURO DE VARGUITAS
No hay gran literatura erótica, lo que hay es erotismo en grandes obras literarias. Una literatura especializada en erotismo y que no integre lo erótico dentro de un contexto vital es una literatura muy pobre.1 Con estas palabras el nobel peruano deja ver todo su pensamiento en torno a la concepción que tiene acerca del erotismo dentro de la literatura, tema tan disfrutado como prohibido, aún éstas épocas de liberación costumbrista.
El sexo como elemento natural de la vida y del hombre ha sido, muchas veces, menoscabado a la condición de animal, algo embrutecedor, pernicioso (mucho tuvo que ver el puritanismo eclesiástico del catolicismo) lleno de maldad, un pecado punible exento de cualquier perdón. Aunque la lucha católica ha sido batallante en el rechazo de la glorificación del cuerpo mediante el sexo, contrario a la cultura hindú, no ha logrado en lo absoluto privar al hombre de semejante satisfacción natural. Son incomprensibles los argumentos, supuestamente taxativos, que impone la Iglesia frente a esto, si fuese tan execrable esta necesidad natural, Dios no la hubiese impuesto como necesaria para su mandato primordial, la reproducción y perpetuidad de la especie humana. Sin embargo, la degeneración o perversión de esta natural acción sexual decae en asquerosos rituales de experimentación zoófila, necrófila, incluso la repulsiva pederastia. Radica en este problema la cuestión de lo natural y lo insano. Marcar una escisión definida que divida estos puntos antagónicos resulta extenuante considerando los diversos puntos de vista que existen entre lo que es erótico y lo que es pornográfico, comparando a lo primero con lo natural, y al segundo con lo insano.
Es en este punto donde se ha polemizado hasta el punto de llegar a discrepancias insoldables. Cuando se intenta hablar de lo erótico conviene hablar de un punto de vista estético, siendo algo humano, es imperfecto, se abre camino a la incertidumbre y la probabilidad, cualquier opinión que se diga acerca del tema abre una verdad, un punto de vista no puede ser rechazado por simple mezquindad estética. Cuando Vargas Llosa, en sus novelas describe manos golosas, roces de carnes, humectación del vellón establece una decidida marca de erotismo en sus obras. Percibe al encuentro sexual en imágenes complacientes, que deleitan al lector ansioso, son cuadros que se esperan con ansiedad, como él dice, no son obras plagadas de sexo descontrolado, en lo que prima son posiciones faunescas; sino, más bien, encuentros fortuitos liberados por la libido de los participantes de las calistenias talámicas.
Las obras eróticas de Vargas Llosa son dos: Elogio de la madrastra y Los cuadernos de Don Rigoberto adquieren este carácter en cuanto lo que prima en ellas son los encuentros amorosos entre sus personajes, viéndose en ellos un tornasol de temas, destacando en ambas la cartografía del hombre como ser sexual, vicioso con defectos, cristalizado en el excéntrico vendedor de seguros Don Rigoberto, y la cuarentona Doña Lucrecia, siempre preocupada por buscar formas de complacencia marital. En cuanto a Los cuadernos, es más proficuo en temas que aborda, se tratan mediante las cartas que hace Don Rigoberto a sus diferentes destinatarios, descubre una persona excéntrica, con el objeto de dejar a la luz una persona con sus defectos, apatías, vicios y opiniones bien establecidas en temas tan polémicos como el género humano. En el Elogio, su valor global, es cierto, radica en el sexo como elemento natural del hombre, pero se descubre una telaraña de conflictos individuales a raíz del mismo, las perturbaciones a que puede llevar por mantener la felicidad matrimonial mediante los orgasmos de la pareja. Como vemos, una pieza maestra del erotismo, según Vargas Llosa, debe mantenerse entre aspectos que la bordeen, para que no caiga en la crítica pornográfica.
Diagramar a personajes complejos como los de Rigoberto y Lucrecia es tan importante como hacerlo con el mismo Fonchito, quien en su juego macabro disfrazado de inocencia infantil descubre siempre una picardía machista a quien la sociedad perdona y califica de osada, atrevida y de actitud varonil. Siempre Fonchito queda muy ante los lectores; sin embargo, Lucrecia no recibe el mismo trato, la pederastia nunca ha sido objeto de admiración, aunque no debemos olvidar el hecho de que la inocencia de Fonchito siempre tuvo una sazón adulta. Justamente en este aspecto radica la maestría del autor, hacer que lo feo sea hermoso, que la mesnada de lectores de literatura erótico lea eso, y no se lleve la desazón de pornografía pervertida.
Por otro lado, la utilización de los óleos o la mención de ellos, glorifican a las obras en un sentido más amplio. Inquietan al lector, quien deseoso de algo hermoso se encuentra con cuadros tan profundos que llevan horas de análisis detenido, todo para entender a sus personajes. Es imposible, que durante la lectura de Los Cuadernos no se haya ido presuroso a buscar Self-Portrait in Crouching Position o Two Girls, Lying Entwined, el impacto que se tiene luego de ver el Standing Male Nude with Red Loincloth da otro giro a la lectura de la novela y la comprensión del hombre en sí. Como un agradecimiento a Egon Schiele es infaltable mencionar el Woman sitting with left leg raised, magnífica obra de arte, en la que deja sentir la fragilidad del sexo femenino en una mariposa que abre sus alas en libertad disfrazada, figurada en su ropa interior; la mujer mirando con sobrecogedora sensualidad en una tranquilidad interior, trazos bruscos pintados con tosquedad para resaltar la gracilidad de la mujer, propia de percepción expresionista, extraordinaria pieza del austriaco. Aunque la obra no figura dentro de Los cuadernos, el Stehender, männlicher Akt pintando en acuarela, como las anteriores, es una muestra viva que se refleja en su más alto grado de humanidad, parece que el mismo Schiele se haya pintado y se vea a sí mismo como un ser sexual sencillo, indicando su naturaleza de humano, con su sexo bien marcado, simple, sin niguna exageración o sin muestra de perversión, es aquí donde parece querer llegar Vargas Llosa, marcar al sexo como algo natural, inmanente al hombre, que no lo desfigura, sino, más bien lo identifica .Es bien, pues señalar la importancia de los iconotextos2 en estas dos obras del nobel peruano. Señalando algún tipo de relación iconotextual en la obra de Vargas Llosa, la escena en que Ricardo hace un cunni linguis a Otilia en Travesuras de la niña mala junto con la escena casi zoófila con gatos y miel entre Rigoberto y Lucrecia en Los cuadernos hace recordar al Le maquereau del Pablo Picasso. El diseño, la percepción de las imágenes narrativas, la crudeza de lo erótico hace entrever algún tipo de relación, en el primer caso, el sexo oral que se practica es tan crudo, húmedo como el de un pez, todo se enfoca en la mujer, en su goce, luego en la tranquilidad possexus:
Lamiendo, sorbiendo, besando, mordisqueando si sexo pequeñito, la sentí humedecerse y vibrar. Se demoró mucho en terminar. Pero qué delicioso y exaltante era sentirla ronroneando, meciéndose, sumida en el vértigo del deseo, hasta que por fin, un largo gemido, estremeció su cuerpecito de pies a cabeza.” Ven, ven”, susurro, ahogada.
Estirada, con los brazos debajo de la nuca, la mujer de Picasso se ve tranquila, extasiada, como queda Otilia luego de las grandes jugarretas de su amante enamorado. En Lucrecia, la lengua de los gatos lamiendo su cuerpo, desestrezan cualquier tensión por lo ignoto. Personalmente, es intrigante la similitud en percepción erótica entre el español y la obra del peruano. Aunque cabe señalar, que sólo existiría una semejanza en cuanto a percepción, ya que la colección erótica de Picasso fue rescatada del ostracismo de las sombras en una exposición de más de 300 pinturas por el artista Jean Jacques Lebel en el 2006, muy posterior a las obras de Vargas.
En Travesuras se puede apreciar de mejor modo (aunque también en Los Cuadernos) el descanso que brinda la intimidad del sexo con amor de dos amantes desenfrenados, que ayuda mucha a la comprensión del hombre como ser sentimental, una relación de amor y amistad que existe luego de algo tan íntimo como es el sexo. Se deja esa percepción de un historia que sólo cuenta sexo, sin alguna relación que abracen a los dos participantes en algún vínculo de complicidad como algunos de los cuentos de George Bataille, por ejemplo, en En medio de un enjambre, se cuenta el intercambio crematístico del sexo entre un hombre y la proxeneta Madame Edwarda, desde que fija el monto hasta que suben a copular. Como dice Vargas Llosa: Bataille es más maldito. Es distinta su forma de percibir y expresar el sexo. Se hace un contraste, además con el lenguaje que se usa en El Elogio el erotismo se contrasta en otro matiz, uno más culto, se aleja de las vulgaridades para elevar el carácter de sublime que va adquirir el sexo dentro de la obra, algo necesario para la felicidad de sus participantes, como dice su autor: En el Elogio había un juego formal que permitía contar la historia con un lenguaje rebuscado, muy poco realista. Es cierto, se refiere a esa relación iconotextualista que se mezcla estrechamente con la historia de la obra. Las pinturas guardan estrecha relación con las acciones que se describen en el cuadro y las acciones que tejen la historia global del Elogio.
Vemos, pues, que las manifestaciones sexuales, y sus variaciones que se pueden considerar como perversiones, como: el voyeurismo, el sexo oral, la infidelidad; dentro de una marco artístico adquieren un matiz erótico. Ayudan en esto el juego del lenguaje y una clara visión de lo que es erótico: la naturaleza viva del hombre.
1 Sin erotismo no hay gran literatura cita del artículo publicado por Mario Vargas Llosa el 2001.
2 término empleado por Peter Wagner citado por Guadalupe Martí Peña en su artículo: Egon Schiele y los Cuadernos de Don Rigoberto de Mario Vargas Llosa publicada el 2000
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