jueves, 1 de julio de 2010

El símbolo de Baudelaire en la poesía moderna


“Así me conduce, lejos de la mirada de Dios,

jadeante y destrozado de fatiga, al centro

de las llanuras del hastío, profundas y desiertas,”

(Baudelaire, “La Destrucción”)

Es el iniciador del movimiento Simbolista, un personaje “maldito” para la sociedad y una leyenda literaria, un adelantado a su tiempo. Este genio literario emerge de una serie de contradicciones, inconformismos y desesperaciones por evitar una vida común y rutinaria, normal en términos sociales. La pluma de Baudelaire se hecha sobre los cánones clásicos para diseminar una construcción más libre, sin tabúes; para esto, sacrifica su ser, elimina cualquier rastro de Dios y de convivencia social auténtica para refugiarse en un halo intimista que desembocará en poemas de pasiones humanas, paroxismos de dolores y sufrimientos. Es irrefutable la calificación de blasfema o hereje la lírica de este “albatros”, como se califica en un poema con el mismo nombre dentro de su poemario Las Flores del mal; pero, ¿en verdad esa fue su intención? en un primer momento se podría sentir esto; sin embargo, siguiendo un análisis acucioso y detenido puede sentirse toda la expresión de un ser atormentado, su yo poético reclama la atención de la que él se alejo, su tristeza, su soledad, y su lado más oscuro configuran el símbolo del diablo, de satán y su inclinación hacia todo lo oscuro y aciago. En verdad, la construcción de los símbolos más complejos y el tratamiento que se le da a la temática prohibida, por ese entonces, son los factores que marcan la concupiscencia del estilo Baudelariano.

Un símbolo encubre toda una pluralidad de significados, interpretados en función del lector, muchas veces no se rigen a lo que intentó decir el autor; empero, ¿eso significa el fracaso del autor mismo? es lo que condenó la sociedad francesa del siglo XIX con Baudelaire. Quizá la sociedad no estaba lista para estas nuevas formas estéticas, era una sociedad obnubilada por el pensamiento puritano y prohibitivo de la religión, sin duda no lo estaba; quizá no fue la manera correcta de expresarse por parte del poeta maldito; pero, la crítica, la sociedad, y sus absurdas normas nunca le importaron a Baudelaire, felizmente no lo hicieron, muchas veces, la sociedad, en su ignorancia y su carácter inmanentemente burdo dilapida cualquier elemento nuevo y raro que sienta amenace sus tradicionales estilos de vida.

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